utopia

miércoles, 4 de agosto de 2010


— Tenemos que hablar. — Oí que decía una voz a mi espalda.
No contesté, no respiré, pensando que era una alucinación de mi mente enfermiza. Me giré lentamente, y allí estaba él con todo su esplendor. Apoyado sobre el respaldo de mi silla, inclinándose sutilmente hacia delante. Asentí con la cabeza, incapaz de articular una palabra.
Me tendió la mano. La tomé vacilante, pero feliz, sintiendo como mi cuerpo se recargaba de nuevo con aquella electricidad que hacia bombear mi corazón.
— ¿Damos un paseo?
— Si quieres — contesté sin mirarlo.
Mi mente trabajaba veloz. Quería hablar conmigo. Pero si fuera algo malo, seguramente no iríamos cogidos de la mano como ahora. Cuando salimos al exterior se detuvo, a escasos centímetros de mí, con sus ojos azules chispeantes como un mar iluminado por los rayos de sol.
— Tenías razón.
— ¿A si? — Inquirí temerosa, sin atreverme a preguntarle a que se estaba refiriendo.
— Sí, tengo miedo de lo que siento por ti.
Me quedé de piedra. Creo que incluso dejé de respirar. ¿Se iba a declarar? ¿Era eso? Tanto tiempo esperando a que esto sucediera, y ahora no sabía si estaba preparada. Escuché atentamente sus palabras.
Desde que te vi por primera vez, algo incontrolable como si fuera un imán, me atrae hacia ti. — Estuve a punto de hablar, de decirle que a mí me sucedía lo mismo, pero me detuvo con su mano. — Déjame acabar, o no sé si volveré a reunir las fuerzas necesarias para decirte esto. — Se me erizó la piel y mi corazón empezó a latir furioso.— Siento una necesidad irresistible de estar contigo, de saber todo de ti, de oír tu voz, de perderme en tus ojos dorados como la miel, de sentir el calor de tu piel… creo que ya no puedo vivir sin ti.
Se inclinó lentamente acercando su rostro al mío, sin dejar de mirarme a los ojos con su penetrante mirada. Mi corazón dio un vuelco. Sentía sus suaves manos acariciando mis mejillas. Podía notar el calor de su aliento en mi piel. Sus labios se acercaron un poco más, hasta rozar ligeramente los míos. Entré en el séptimo cielo. El sabor de su boca era dulce como su voz. Apenas fueron unos segundos pero aquel beso encerraba toda la ternura del mundo. Quise más pero él se retiró lentamente, apoyando su frente contra la mía. Mi respiración era entrecortada, como la suya.
— Esto lo complica todo — susurró, deslizando sus labios por mi mejilla. Haciéndome desfallecer de felicidad.

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