utopia

lunes, 2 de agosto de 2010

La fuerza de sheccid

Por lo que más quieras en el mundo, sé honesta, ¿de acuerdo?
Dijo que sí con la vista en el suelo.
—¿Tú me amas...?

Se mostró nerviosa, respiró hondo y afrontó su definitiva e irrefutable respuesta con firmeza:
—No, no te amo.
—Dímelo viéndome a los ojos.
—Da lo mismo.
—¡No da! ¡Estás hablando conmigo, no con el suelo!

—Bueno —levantó las pupilas—. Cuando estás cerca de mí siento... algo y yo deseo, necesito, un amigo como el que me propusiste ser, pero no te amo y eso es definitivo, ¿de acuerdo? —Esta vez le había hablado viéndolo a la cara; la sensación amarga de un mar de esperanzas y de sueños reventados le invadió el estómago—. Deja pasar el tiempo. Así maduraremos esta relación y en otro momento, dentro de algunos años, tal vez... —hizo una larga pausa—. ¿Podemos despedirnos?

Carlos no respondió. ¿Es qué todo era cierto? ¿Es qué podían?

—Como amigos. No hagas esto más difícil de lo que ya es.
La parte consciente de él quería aceptar y mostrarse razonable, pero había otra parte, la emotiva, la de su dignidad, que no podía, que le producía un intenso dolor.
Ella se encargó de terminar.

—Recuerda. Tal vez después, en otro sitio, en otras circunstancias, nos encontraremos. Ahora olvida todo. Olvídame a mí, ¿sí?
Su cerebro le daba vueltas.
—Adiós, amigo.

Asintió levemente, pero para su sorpresa no la vio irse.

Sheccid puso una mano sobre su hombro. En su delirio no supo si ella en verdad se estaba acercando o era sólo su imaginación. Los labios pequeños y dulces de la chica se entreabrieron y llegaron hasta los de él. Su cuerpo era una masa paralizada y palpitante. Sintió un beso suave, tierno, breve. Percibió desatada una química poderosa al contacto de sus labios, pero sólo un par de segundos. Ella se separó y pronunciando nuevamente un adiós casi inaudible se dio media vuelta y comenzó a alejarse. Esta vez dentro de él había una revolución y un deseo, un deseo irreprimible de retenerla...

¿Qué si me duele?
Un poco; te confieso
que me heriste a traición;
mas por fortuna,
tras el rapto de ira
vino una dulce resignación...

En la herida que me hiciste
pon el dedo.
¿Qué si me duele?
Sí, me duele un poco,
mas no mata el dolor...
No tengas miedo.

Luis G. Urbina

No hay comentarios: