Quizá, por algún sublime milagro, la Muerte está viva y nos toma en sus brazos, y esa figura que se acerca no es un vampiro, sino la personificación misma del paraíso y sus bienaventuranzas.
Y con ella nos alzamos más y más, hacia las estrellas. Dejamos atrás los ángeles y los santos, dejamos atrás la luz misma y penetramos en el divina oscuridad, en el vacío, al tiempo que dejamos atrás la existencia. Y todos nuestros actos son perdonados y disueltos en el olvido.
El guerrero de la luz necesita dedicar tiempo para sí mismo. Y usa ese tiempo para el descanso, la contemplación, el contacto con el Alma del Mundo. Aun en medio de un combate, él consigue meditar. Coelho.
domingo, 15 de agosto de 2010
Crónicas vampiricas
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